El Cuervo y el Sol de Medianoche


En un tiempo olvidado, cuando el mundo aún era joven y los dioses caminaban entre los mortales, un cuervo llamado Hrafn vivía en los frondosos bosques de Midgard. Hrafn no era un cuervo cualquiera; era uno de los hijos de Huginn, uno de los cuervos exploradores de Odin, el dios de la sabiduría.

Un día, mientras volaba alto en el cielo, Hrafn se maravilló ante la belleza del sol que nunca se ponía, el sol de medianoche que brillaba sobre los vastos y verdes paisajes de Midgard. Deseando entender el secreto de esa luz eterna, decidió emprender un viaje hacia Asgard, la morada de los dioses, para preguntarle al mismísimo Odin.

Odin, al ver la determinación en los ojos del pequeño cuervo, decidió concederle su deseo, pero con una condición: Hrafn debía compartir la sabiduría que ganara con los seres de Midgard para que aprendieran sobre el equilibrio entre la luz y la oscuridad.

Hrafn aceptó y Odin le reveló que el sol de medianoche era un recordatorio de que incluso en tiempos de abundancia y luz, uno no debe olvidar la oscuridad que también forma parte del mundo. Era una lección sobre la dualidad de la existencia.

Agradecido y sabio, Hrafn regresó a Midgard. Decidió contar su historia a cada criatura del bosque, desde el más pequeño de los roedores hasta el más grande de los osos. Les enseñó que así como valoraban la luz del verano, también debían respetar y prepararse para la oscuridad del invierno.

Y así, Hrafn no solo se convirtió en un mensajero de los dioses sino también en un símbolo de sabiduría para todos en Midgard, recordándoles siempre la importancia de buscar el equilibrio en todo.

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